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(★) Brasil.- Mientras los gobiernos del Sur Global negocian en palacios, los movimientos sociales construyen su propia arquitectura de poder desde el Armazém da Utopia.
La primera Cumbre Popular del BRICS en Río de Janeiro —ese espacio que se erige como contracara de la diplomacia tradicional, donde los sherpas y embajadores ceden el micrófono a João Pedro Stedile del MST y a representantes de 21 países— revela la fractura constitutiva del proyecto multipolar: la tensión entre la retórica de soberanía de los Estados y la demanda material de los pueblos que exigen ser arquitectos, no meros observadores, del futuro que Dilma Rousseff, desde la presidencia del Nuevo Banco de Desarrollo, promete construir. Este encuentro en la zona portuaria, seis meses después de la cumbre oficial en el MAM, funciona como un síntoma de la contradicción geopolítica: un bloque que anuncia desdolarización y reforma de la ONU, pero cuya Declaración de Río con 126 puntos sigue operando dentro de los marcos del poder estatal, mientras la sociedad civil, reunida en el Armazém 6, discute agroecología, financiamiento climático y la eliminación de enfermedades socialmente determinadas con un lenguaje que trasciende la mera cooperación intergubernamental.
Según el G1, participan 150 delegados. El Cafezinho detalla la presencia de Maurício Carvalho Lyrio, sherpa brasileño, y Antônio Freitas del Ministerio de Hacienda. Stedile afirma que sistematizarán propuestas para enviar a los gobiernos. Marco Fernandes, analista geopolítico, celebra que por primera vez en Kazan 2024 un representante popular leyó recomendaciones ante jefes de Estado. La ampliación del bloque a 11 miembros —con Arabia Saudita, Egipto, Emiratos, Etiopía, Indonesia e Irán— evidencia el peso del Sur Global, pero también incorpora regímenes con agendas contradictorias respecto a la participación popular que se reclama en Río.
¿Construyen los pueblos su propia multipolaridad o sólo decoran la de los Estados? La utopía del almacén portuario choca con la realpolitik de los palacios. India asume la presidencia en 2026. China en 2027. ¿Mantendrán el diálogo con la sociedad civil o cerrarán la ventana que Brasil abrió? El Conselho Civil Popular, reconocido en Kazan, busca institucionalizar este canal. Pero el éxito, advierten las fuentes, depende del compromiso gubernamental. Mientras el NDB destina el 40% de su financiamiento a proyectos climáticos para 2026, los movimientos preguntan: ¿quién define qué es "climático"? ¿Las comunidades afectadas por el extractivismo o los técnicos del banco? La paradoja es estructural: un bloque que critica el unilateralismo pero reproduce, en su seno, jerarquías entre lo estatal y lo popular.
La contrahegemonía se teje en los grupos temáticos virtuales que ahora se materializan en Río. Proponen cooperación tecnológica, intercambio de semillas, sistemas de salud no mercantilizados. Es el internacionalismo concreto frente a la abstracción diplomática. Pero el poder real —los US$ 300 mil millones anuales de financiamiento climático prometidos, la gobernanza del Nuevo Banco— sigue en manos de los Estados. La Cumbre Popular es, entonces, un asedio simbólico. Un recordatorio de que la verdadera multipolaridad no será entre capitales nacionales, sino entre epistemologías: la de los palacios y la de los almacenes.
¿Podrá el Sur Global construir una alternativa que no repita las exclusiones del Norte?