| ★ POLÍTICA |
(★) Uruguay.- La empresa Centenario amenaza con retirar su auspicio a los conjuntos que mencionen el genocidio en Gaza, desatando una polémica sobre libertad de expresión y financiamiento cultural.
El carnaval uruguayo, esa fiesta popular que durante más de un siglo ha sido termómetro social y espacio de crítica irreverente, enfrenta un nuevo intento de censura que recuerda tiempos oscuros. La empresa Alimentos Centenario, tradicional auspiciante del certamen, lanzó un comunicado interno advirtiendo que "revisará su continuidad como sponsor" si los conjuntos incluyen referencias al conflicto en Gaza y Palestina en sus espectáculos. La medida fue interpretada como un "apriete fascista" y un "gesto autoritario" por directores y murguistas.
La reacción no se hizo esperar. Desde distintos sectores del ambiente carnavalesco se levantaron voces denunciando el condicionamiento económico como un intento de comprar silencio sobre el genocidio que comete el Estado sionista de Israel contra el pueblo palestino. La empresa ya había mostrado esta postura en el pasado, cuando le retiró el auspicio a la Gran Muñeca por hablar del mismo tema, en el marco de una campaña de organizaciones sionistas como B'nai B'rith Uruguay.
Mientras la presión empresarial busca imponer un cerco ideológico, las organizaciones solidarias con Palestina redoblan sus acciones. El Programa Ecuménico de Acompañamiento en Palestina e Israel lanzó una carta abierta invitando a las murgas a incluir menciones al genocidio y apartheid israelí. Artistas como Mocchi se sumaron al llamado por un carnaval sin censura. La Coordinación por Palestina prepara una vigilia en homenaje a las víctimas infantiles de la ofensiva en Gaza.
El dilema que enfrentan los conjuntos es profundo: aceptar las presiones implica traicionar la identidad contestataria del carnaval; ignorarlas supone arriesgar financiación ya comprometida en un contexto de costos crecientes. Pero la respuesta popular comienza a organizarse: el boicot a los productos Centenario gana adhesiones como forma de repudio a esta censura encubierta.
Cuando el poder económico pretende silenciar las voces que denuncian crímenes de lesa humanidad, la murga no puede callar. La historia muestra que cada intento de censura fortalece la resistencia cultural. En un país que sufrió dictadura, saber que algunas empresas reproducen prácticas autoritarias debería movilizar a toda la sociedad en defensa de su patrimonio cultural más rebelde.