jueves, 11 de diciembre de 2025

LA SOCIEDAD QUE SE VOTÓ A SÍ MISMA EN EL ABISMO

| ★ EDITORIAL |

(★).- Mientras el gobierno de Milei desmantela derechos y entrega bienes comunes, la resistencia popular crece en las calles, pero la pregunta incómoda persiste: ¿cómo llegamos a votar esta porquería?

El pueblo argentino tiene el gobierno que se merece, dicen algunos cínicos. Pero la verdad duele más: tenemos el gobierno que votamos. Y mientras las calles se llenan de trabajadores del Garrahan reclamando por la salud pública, de jubilados golpeados por la represión de los miércoles, de mendocinos marchando más de 100 kilómetros para defender el agua de la megaminería, la pregunta que quema es: ¿dónde estaba esa conciencia social cuando pusimos la boleta de Milei en la urna?

La contradicción es obscena. Por un lado, la resistencia se organiza: la "Remada Soberana" que une Victoria con Rosario para defender el Paraná de su dragado extractivista; las miles de personas que en Mendoza corean "el agua no se negocia" frente a un proyecto minero que consumirá cientos de litros por segundo en una provincia con crisis hídrica estructural; los trabajadores bancarios de Tucumán golpeados por la policía cuando reclamaban por maltrato laboral. Por otro, un gobierno que celebra la entrega de nuestros ríos, puertos, aduanas y recursos naturales como si fueran mercancías en liquidación.

¿Qué clase de consenso social es este que permite que cinco senadores peronistas en Mendoza crucen la línea para apoyar al gobierno radical y entregar la cuenca del Río Mendoza a las multinacionales mineras? ¿Qué pacto tácito hemos firmado como sociedad para aceptar que la reforma laboral busque desarticular décadas de conquistas sindicales, reduciendo indemnizaciones, eliminando la ultraactividad de los convenios y limitando el derecho a huelga?

La declaración de más de 200 intelectuales, dirigentes y activistas a dos años del gobierno de Milei es clara: "Vinieron para ello. Colapsadas las principales variables económicas Milei recurrió a Trump". Pero aquí está el detalle que duele: no vinieron solos. Los trajimos. Con nuestro voto, con nuestra indiferencia, con nuestra incapacidad para construir un consenso social que valore los bienes comunes para el presente y el futuro, las personas que habitan y habitarán, por sobre el individualismo salvaje.

Mientras el dengue se expande en Rosario porque los barrios populares no tienen agua potable y deben almacenarla en recipientes que se convierten en criaderos de mosquitos, el discurso oficial responsabiliza al vecino por "un minuto semanal" de prevención. La misma lógica que culpa a los jubilados por querer una pensión digna, a los trabajadores por defender sus derechos, a las comunidades por proteger sus ríos.


La respuesta está en las calles, pero también en las urnas vacías de conciencia. Mientras los organismos de derechos humanos convocan a Plaza de Mayo con los pañuelos blancos como bandera, recordándonos que la memoria es lucha colectiva, el gobierno desmantela los equipos que investigaban los crímenes de la dictadura. La misma sociedad que aplaudió el Juicio a las Juntas en 1985 hoy tolera que se borre la memoria.

No hay consenso social para el cuidado de los bienes comunes porque hemos internalizado que el río es autopista fluvial para exportaciones, que el agua es recurso para la minería, que la salud es mercancía, que el trabajo es costo a reducir. Y sin embargo, paradójicamente, es esa misma falta de consenso la que está pariendo las resistencias más potentes: las diversidades campesinas que en México se organizan bajo la consigna "las diversidades construyen agroecología y soberanía alimentaria contra el fascismo", las comunidades que defienden el Paraná diciendo "los barcos deben adaptarse a los ríos, no al revés".

El pueblo argentino votó esta porquería, sí. Pero también está votando, día a día, en cada movilización, en cada asamblea, en cada defensa del territorio, su propia redención. La pregunta que queda flotando, incómoda como un mosquito en la noche, es si alcanzaremos a construir el consenso que necesitamos antes de que el extractivismo, la precarización y el olvido terminen de consumir lo poco que nos queda en común.