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(★).- En Koubri, a 40km de Uagadugu ( la capital y principal ciudad de Burkina Faso), treinta mujeres demuestran que la revolución se siembra a mano.
La Asociación Femenina de Watinoma cultiva dos hectáreas sin pesticidas corporativos, abasteciendo familias, escuelas y mercados locales. Kafando Wendyaoda, una de ellas, resume: "Con mi trabajo sostengo parte de la vida familiar, pago la escuela de mis hijos y como sano". Simple, radical, anti-patriarcal.
Este no es un huerto comunitario más. Es pilar de la revolución agraria que el gobierno de Ibrahim Traoré, desde 2022, construye como respuesta al neocolonialismo francés.
Burkina Faso es uno de los pocos estados con Estrategia Nacional de Agroecología: el compromiso oficial es alcanzar el 30% del área agrícola con prácticas agroecológicas para 2030. Pero esta meta no nace en escritorios, sino en las marchas que lxs campesinxs organizaron contra los transgénicos en 2018, cuando asociaciones como Yelemani de Blandine Sankara tomaron las calles.
Soulemane Yougbare, director técnico del Consejo Nacional de Agricultura Biológica, recuerda la invasión de las semillas modificadas de algodón a principios de siglo. "La sociedad civil reaccionó con movilizaciones que obligaron a las multinacionales a replegarse", explica. Su conclusión es tajante: "Entre nosotros decimos que son los pequeños campesinos quienes alimentan Burkina, no la agroindustria que ya mostró sus límites".
La recuperación de saberes ancestrales es el núcleo. En Watinoma elaboran biopesticidas con nim, gengibre, ajo y chile: acidez que repele sin exterminar. Practican agroflorestía y compostaje natural. Una perforación solar de 15 m³, con paneles fotovoltaicos, les garantiza agua en estación seca. Ima Hado, presidenta de la asociación, dice: "Viajamos, adaptamos conocimientos, pero siempre con amor a la tierra y lxs insectos. Nuestra historia es ayudar a Koubri a recuperar el camino de lxs antepasados".
El contexto es de emergencia climática: el Sahel registra 48°C, sufrió en 2024 una crisis de salud pública por las temperaturas. Los suelos están empobrecidos por químicos sintéticos de gobiernos previos. Yougbare alerta que las corporaciones intentan retornar "bajo otras formas". La defensa de los bioinsumos es hoy la línea del frente, y el diálogo con el gobierno, señala, es "relativamente positivo", aunque no en la proporción deseada.
El legado de Thomas Sankara, que en los 80 quiso al agroecólogo Pierre Rabhi como ministro, resuena: su revolución devolvió la tierra a quienes la trabajan. La política agraria actual celebra esa visión. Mark Gansonré, diputado y campesino, afirma: "Con agroecología, en cinco años veremos la luz". La esperanza tiene nombre de mujer, se mide en hectáreas y se defiende con organización. No es teoría: es sobrevivencia.