lunes, 10 de noviembre de 2025

ALIANZA ESTRATÉGICA ENTRE CELAC Y UE DESAFÍA EL UNILATERALISMO EN EL CARIBE

| ★ INTERNACIONAL |

(★).-En una cumbre histórica en Santa Marta, Colombia, los bloques latinoamericano y europeo reafirman el multilateralismo frente a la escalada militar estadounidense en la región

La cuarta cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y la Unión Europea (UE) que inauguró este domingo el presidente Gustavo Petro en Santa Marta no es solo un ejercicio diplomático más: es una respuesta contundente al nuevo ciclo de intervencionismo en el Caribe y una apuesta por la soberanía regional frente al despotismo global.
Con la "creciente presencia militar estadounidense en el Caribe" como telón de fondo, Petro marcó la agenda con un lenguaje que resonó en las amplas cardiópolis latinoamericanas: "frenar la barbarie" y "levantar una voz común frente al despotismo y la guerra". Sus palabras no fueron retórica hueca, sino una invocación a reconstruir una "democracia global" que se desmorona ante los embates de lo que denominó sin eufemismos: el "imperio".
La tensión es palpable. Mientras Washington despliega su maquinaria bélica en aguas del Caribe, en el marco de una política agresiva que recuerda los peores capítulos de la Doctrina Monroe, América Latina responde con una propuesta de diálogo y autonomía. La cumbre, celebrada justo cuando el nuevo gobierno estadounidense flexibiliza músculo militar, se convierte así en un acto de desobediencia diplomática civilizada.
Los líderes presentes, conscientes de que la democracia no se defiende con barcos de guerra sino con políticas inclusivas, coincidieron en que el multilateralismo es la única vacuna contra el avance de los autoritarismos. No es casualidad que la reunión se realice en Colombia, un país que bajo la administración Petro ha virado hacia una política exterior activista por la paz y la soberanía regional.

Una alianza de civilizaciones
La apuesta es ambiciosa: crear un eje Celac-UE que defienda no solo la democracia electoral, sino la democracia en su sentido más profundo—la que incluye derechos sociales, justicia climática y soberanía alimentaria. La UE, cuestionada por su propia derecha ascendente, encuentra en América Latina un aliado natural para reivindicar el derecho internacional en momentos en que es vilipendiado por las potencias hegemónicas.
La perspectiva latinoamericanista de la cumbre es innegable. No se busca permiso para existir. Se exige respeto. El mensaje es claro: la región no será patio trasero de nadie. La presencia militar estadounidense, justificada bajo pretextos anacrônicos como la "lucha antidrogas", es percibida como lo que realmente es: una demostración de poder contra procesos democráticos autónomos.
Petro, tal vez el líder más incisivo del continente en esta materia, sintetizó el espíritu de la cumbre: la necesidad de articular una respuesta conjunta que vaya más allá de declaraciones diplomáticas. La propuesta es política, económica y cultural. Es un llamado a fortalecer los mecanismos propios de integración, desde la moneda común hasta la cooperación en ciencia y tecnología, pasando por la defensa de los recursos naturales frente al extractivismo.

El desafío del pragmatismo
Sin embargo, la distancia entre el discurso y la realidad sigue siendo el principal desafío. Mientras se habla de soberanía, los gobiernos latinoamericanos aún dependen de los mercados norteamericanos y europeos. Mientras se denuncia el militarismo, la injerencia encuentra cómplices en sectores conservadores de la región.
La prueba de fuego será la capacidad de traducir estas declaraciones en acciones concretas. ¿Se atreverá la UE a condenar públicamente la militarización del Caribe? ¿Implementará sanciones económicas contra la corrupción corporativa que saquea nuestros recursos? ¿Acompañará América Latina en su demanda de reparación histórica por el colonialismo climático?
Lo que sí es seguro es que la cumbre de Santa Marta marca un antes y un después: por primera vez en décadas, la respuesta latinoamericana al intervencionismo no es la sumisión ni el aislamiento, sino la alianza estratégica con otros bloques para reafirmar el derecho internacional. Es una apuesta por la autonomía inteligente, por la diplomacia de los pueblos, por la posibilidad de imaginar un mundo donde la democracia no sea un pretexto para las guerras, sino una práctica de vida.
En el Caribe, donde las olas baten contra los barcos de guerra, la voz de Petro y sus pares resuena como una promesa: esta vez, la unidad latinoamericana no es retórica de frustrados, necesariamente, sino estrategia de sobrevivencia.