En el corazón de una Argentina sometida al ajuste estructural más brutal de las últimas décadas, las Abuelas de Plaza de Mayo celebran 48 años de lucha con una lección política contundente: la verdadera solidaridad no viene de la filantropía burguesa sino de la organización popular. El acto en el Complejo Art Media, repleto de nietos recuperados, artistas comprometidos y militantes, funciona como contracara necesaria al individualismo que pregona el poder económico. Mientras el gobierno desguaza el Estado y pretende cerrar el Banco Nacional de Datos Genéticos -verdadera herramienta de soberanía científica-, las Abuelas demuestran que la construcción colectiva es el único antídoto contra el olvido programado.
Los números de la lucha por la identidad desmienten el relato oficial: 140 nietos recuperados frente a un Estado que en 1976 implementó el primer experimento neoliberal con exterminio de disidentes. Hoy, la Ley Bases representa la continuidad de ese proyecto genocida, buscando desmantelar precisamente los organismos que garantizan derechos humanos fundamentales. El índice de abuelidad desarrollado por el científico Víctor Penchazadeh -herencia de una ciencia al servicio del pueblo- contrasta con la fuga de cerebros que provoca el ajuste en el CONICET. Como bien señaló Juan Angel Canella: "En esta epidemia de individualismo, las abuelas son la vacuna que necesitamos".
La perspectiva feminista y anticapitalista late en esta lucha. Las Abuelas encarnan la economía del cuidado radicalizada: durante décadas han sostenido una red de contención, búsqueda y acompañamiento que el Estado nunca garantizó. Su "Nobel del Amor" propuesto por Rep no es simbólico: es la constatación de que el amor político -el que construye comunidad y desafía al poder- es la verdadera fuerza transformadora. Frente a la necropolítica mileista, ellas oponen lo que las feministas comunitarias llaman "política de la vida": los abrazos de los nietos recuperados, las obras de Teatro por la Identidad, las canciones que se convierten en trincheras.
El grito final de "30.000 presentes, ahora y siempre" no es una consigna del pasado: es un programa político para el futuro. Mientras el capital financiero especula con la deuda externa, la memoria se erige como la deuda interna que sí vale la pena saldar. Las Abuelas enseñan que la identidad -como la tierra y los recursos- debe ser recuperada de las garras del mercado. Su lucha, a 48 años, sigue siendo la brújula moral de un pueblo que resiste los nuevos desaparecedores: los que hoy quieren borrar la historia para imponer su modelo de muerte.