| ★ ECONOMÍA |
(★).-Mientras el capital financiero especula con la deuda externa, los sectores populares construyen redes de supervivencia y resistencia que redefinen la lucha de clases
Las economías populares emergen como respuesta orgánica a la crisis estructural del capitalismo periférico. Lejos de ser meras estrategias de subsistencia, representan un desafío epistemológico y político al modelo neoliberal que concibe el trabajo solo bajo la lógica del salario formal. Como señalan Verónica Gago, Cristina Cielo y Francisco Gachet en su dossier fundacional (*), estamos ante un "abigarramiento" de prácticas que desbordan las categorías tradicionales: cooperativas de recicladores, ferias comunitarias, talleres textiles autogestionados y mercados andinos tejen una trama productiva que disputa sentidos y territorios. Frente al relato dominante que las estigmatiza como "informalidad", estas economías encarnan la creatividad de los sectores subalternos para garantizar la reproducción de la vida en contextos de despojo sistemático.
La experiencia argentina con la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular) ilustra esta politicización creciente. Lejos de conformarse con subsidios estatales, estos movimientos exigen un salario social que reconozca su contribución a la riqueza colectiva. Sus protagonistas -cartoneros, costureras, productores agrícolas- demuestran que la llamada "marginalidad" es en realidad el nuevo rostro del proletariado contemporáneo: precarizado pero organizado, explotado pero consciente de su potencia productiva. Los feminismos populares aportan aquí una mirada crucial: cuando las trabajadoras de la economía popular paran el 8M, visibilizan cómo el cuidado, la alimentación y la reproducción social son esferas estratégicas de conflicto capital-vida.
La tensión con los Estados revela la profundidad de esta disputa. En Ecuador, Bolivia y Venezuela, los "gobiernos progresistas" intentaron cooptar estas economías bajo lógicas reguladoras que mantuvieron intactas las jerarquías del capital. El caso boliviano es emblemático: mientras el MAS promovía un "capitalismo andino-amazónico", las comunidades indígenas continuaron practicando economías comunitarias basadas en la reciprocidad y el bien vivir. Esta fricción expone el límite de cualquier alternativa que no cuestione la lógica extractivista y mercantilizadora.
Las economías populares constituyen así laboratorios de poscapitalismo concretos. Frente al individualismo competitivo, oponen redes de solidaridad; contra la financiarización de la vida, construyen circuitos no monetizados; ante la crisis ecológica, practican modos de producción sustentables. Su desafío político radica en escalar estas experiencias sin burocratizarlas, tejiendo alianzas con el movimiento obrero tradicional para confrontar un enemigo común: el capital financiero que nos endeuda, empobrece y despoja. Como bien señala el dossier, no se trata de idealizar estas prácticas, sino de reconocer su potencia para redefinir la democracia desde lo productivo y reproductivo. En tiempos de ajuste salvaje, son la primera línea de defensa de la vida frente a la barbarie del mercado.