| ★ UN DÍA COMO HOY |
(★).- Una fecha que quedó grabada en la memoria colectiva como símbolo de dignidad ante la barbarie, cuando la URSS prefirió perder un mundial antes que legitimar una dictadura.
El 21 de noviembre de 1973 marcó uno de los episodios más oscuros de la historia del fútbol mundial. Mientras Chile celebraba su clasificación al Mundial de Alemania 1974, el Estadio Nacional de Santiago aún conservaba las huellas de haber sido el campo de concentración más grande del país. Allí donde miles de presos políticos habían esperado su destino -algunos liberados, otros asesinados, algunos suicidados- se desarrolló un partido fantasma que trascendió lo deportivo para convertirse en un acto político de dimensiones históricas.
La Unión Soviética, que había roto relaciones diplomáticas con Chile tras el golpe militar del 11 de septiembre, tomó una decisión que marcaría un precedente ético en el deporte internacional. Los deportistas soviéticos declararon que "por consideraciones morales no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos". Esta postura constituyó una protesta resuelta contra la complicidad de la FIFA, que había avalado el partido pese a conocer la realidad del estadio convertido en centro de tortura y detención.
Mientras tanto, los jugadores chilenos enfrentaban su propio drama personal. Muchos de ellos simpatizaban con el gobierno derrocado de Salvador Allende y temían por la seguridad de sus familias durante su ausencia. La tensión era palpable incluso en el viaje a Moscú para el partido de ida, donde circulaban rumores de que podrían ser tomados como rehenes. Sin embargo, el deseo de clasificar al mundial los impulsó a seguir adelante, obteniendo un valioso empate en territorio soviético.
El 21 de noviembre llegó con su carga de absurdidad y dolor. Los futbolistas chilenos, sabiendo que no habría rival, tuvieron que cumplir con el ritual deportivo. Salieron a la cancha, realizaron el saque inicial y, mediante pases sin oposición, llegaron hasta el arco vacío. Francisco Valdés empujó la pelota hacia la red ante los flashes de los fotógrafos, consumando una farsa que certificaba la clasificación mundialista pero también la complicidad del deporte con la dictadura.
La actitud de la URSS aquel 21 de noviembre trascendió lo meramente deportivo para convertirse en un gesto de solidaridad internacional. Al negarse a participar, los soviéticos demostraron que existen principios que están por encima de cualquier competencia, que hay líneas rojas que no deben cruzarse ni siquiera en nombre del fútbol. Su postura ética contrastó con la complicidad de otros actores internacionales que prefirieron mirar para otro lado ante las violaciones a los derechos humanos.
Cincuenta y dos años después, aquel 21 de noviembre sigue siendo una lección sobre la importancia de mantener la dignidad frente a la injusticia. La URSS perdió su chance de ir al mundial, pero ganó un lugar en la memoria colectiva como ejemplo de que el deporte, cuando se ejerce con conciencia, puede ser también un instrumento de resistencia y solidaridad humana.